Los cuatro vientos
La odisea de un chamán en el Amazonas
En 1973 emprendí un viaje que no tiene fin. Comenzó siendo una búsqueda romántica para experimentar los efectos de una pócima legendaria. Fue inspirada por el idealismo juvenil y un doctorado que colgaba frente a mi nariz como una zanahoria. Viajé a Perú, me interné en el Amazonas y hallé lo que buscaba. Eso fue sencillo.
Dieciséis años, tres libros y mucho tiempo más tarde, me siento impulsado a relatar la historia de mi viaje, la historia de aquellos años.
Todas las tradiciones místicas, desde la cábala judía hasta las Upanishads hindúes, reconocen la existencia de cosas que pueden ser conocidas pero no nombradas. Existen ciertas cualidades de experiencia sensorial que parecen desafiar toda descripción.
Con frecuencia nuestras experiencias más vívidas e importantes resultan ser aquellas que nos cuesta relatar; es más simple renunciar al esfuerzo que relatarlas pobremente. Tal es la naturaleza de mis aventuras. Hace dos años me hallaba en un dilema: necesitaba contar mi historia, transmitir cuanto sabía, pero no sabía cómo hacerlo.
Hace muchos años un adivino medio ciego me dijo que en este mundo existen dos clases de personas: las que son soñadas y las que sueñan.
Necesitaba alguien a quien soñar, alguien en quien pudiera confiar, alguien que creyera en las cosas que
pueden ser conocidas pero no nombradas; sin embargo, tenía deseos de escribir acerca de ellas.
Erik Jendresen y yo nos conocimos en 1979. En 1982 él se instaló en México para escribir y, aunque estábamos al tanto de nuestras respectivas vidas, no volvimos a vernos hasta la primavera de 1987. Mientras tanto, yo había continuado con mi trabajo en Perú y Erik había escrito para teatro y cine.
En abril del 1987 viajamos juntos a Brasil y pasamos tres semanas conversando, leyendo mis diarios y vagabundeando por las playas de Río de Janeiro.
Los Cuatro Vientos es el resultado de nuestra amistad y colaboración. Es mi historia, con sus palabras, y es verdad.